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Silva y García Carneiro narran el 11 de abril



En los años previos al 11 de abril de 2002 oficiales de alto rango sostenían reuniones secretas para planificar el golpe. En Caracas, los generales Wilfredo Silva y García Carneiro encabezaron la restitución de la democracia.Cada lunes, durante los tres meses previos al 11 de abril ya se respiraban aires de conspiración en las habituales reuniones de generales que se realizaban en la comandancia del Ejército ubicada en Fuerte Tiuna.Algunos de los altos oficiales usaban sus soles como salvoconducto para desdeñar de las políticas sociales ejecutadas por el Ejecutivo nacional. Aunque había sospechas, no existían pruebas para desarmar la arremetida que se tejía con los hilos de una traición armada desde el Pentágono.Informes de la dirección de inteligencia del Ejército, al frente del general Wilmer Moreno, revelaban la gestación de un movimiento subversivo dentro de la FAN desde hacía cuatro años. Las investigaciones estaban a cargo del coronel Porras Avendaño, jefe del departamento y control de inteligencia; y el coronel Douglas Arriechi.Las indagaciones determinaron ciertos encuentros clandestinos a los que asistían unos 20 oficiales superiores y políticos.Se procesaron los datos, se elaboró un informe y se le presentó a las autoridades militares y al Ejecutivo. En ese momento los oficiales de inteligencia fueron acusados de ver fantasmas donde no los había.La mañana del 11 de abril los pálpitos de una avanzada golpista eran cada vez más fuertes en la mente del general de brigada (Ej.) Wilfredo Ramón Silva, cabeza de la 31 Brigada, adscrita a la Tercera División de Infantería, comandada por el entonces general de división Jorge Luis García Carneiro.A las 9:00 de la mañana Silva dio las instrucciones para mandar a preparar los camiones y la tropa. Los soldados estaban atentos ante una eventual orden de salir a la calle a contrarrestar los desórdenes que habían tenido su mecha en la convocatoria a paro general pautada para el 9 de abril, situación que desencadenó en los violentos hechos del 11 de abril.Aunque en teoría, los cuatro batallones de la brigada agrupaban 2.500 soldados, la realidad arrojaba una cifra menor, porque el entonces comandante del Ejército —Efraín Vásquez Velasco— fue reduciendo la cantidad de ingresos al componente.La idea era debilitar progresivamente el grupo de hombres que tenían un rol protagónico en la defensa de Miraflores y sus alrededores debido a la estratégica ubicación de la 3ª División de Infantería de Caracas.AlertaCuando Wilfredo Silva estaba en su comando enfilando los soldados se presentó un coronel adscrito a inteligencia del Ejército enviado por el comandante del componente para saber quién había ordenado sacar los vehículos. Silva respondió que estaba alerta por si ordenaban la aplicación del Plan Ávila.El coronel marcó un teléfono y le pasó al comandante del Ejército, Efraín Vásquez Velazco.—Silva ¿quien ordenó las tropas en alerta?—Estoy haciendo lo que todo comandante hace ante cualquier eventualidad que estamos viviendo. Tengo que estar preparado por si nos mandan a contener las dos masas.—No Silva, manda a guardar todo, dile a los soldados que guarden los equipos y acuérdate que la consigna es no sacar tropas a la calle. De todas maneras, te invito a una reunión de generales a las 2:00 de la tarde en la comandancia.La invitación no hizo más que convertir en certidumbre las sospechas de un golpe de Estado que rondaban el alma del jefe militar. Apenas pudo, llamó al general Jorge Luis García Carneiro, quien era su jefe inmediato.Silva no cumplió cabalmante la orden de Vásquez Velazco. En vez de tener los camiones preparándolos en los espacios centrales de Fuerte Tiuna, los mandó a meter a los talleres. Los soldados permanecieron atentos en los dormitorios, donde no se vieran.A las 2:00 de la tarde Silva se fue a la reunión en la comandancia. El punto de encuentro fue la confortable oficina del entonces inspector del Ejército, general José Félix Ruiz Guzmán.El general Verde González, que era director de la academia; y el general Guzmán, comandante aéreo del Ejército, lo mandaron a sentar, justo frente a un televisor. Sus rostros dibujaban una actitud complaciente ante lo que estaba pasando.—Silva ¿está viendo esa marcha?—Sí, mi general Verde González.—Chávez perdió el control. Cuidado con sacar las tropas a las calles.La advertencia de Verde González no desarmó a Silva.La jauría de conspiradores permaneció atenta a una llamada telefónica que recibió Silva. Ya seguro de una conspiración, García Carneiro, quien paralelamente había sido convocado a un encuentro en el Ministerio de la Defensa, le preguntó dónde estaba.—Silva salte de esa reunión, que esto es un golpe de Estado, dijo el general García Carneiro.Para García no fueron una buena señal las palabras del general González González, quien salió por televisión diciendo que estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias.Silva pidió permiso para retirarse de la reunión en la comandancia y argumentó que tenía que irse urgente porque lo estaba llamando su comandante en jefe.—¿Quién te está llamando, el general en jefe o el comandante en jefe?, le preguntó Vásquez Velasco.Con astucia Silva le respondió que era su comandante en jefe (Chávez), pues de lo contrario le habría impedido retirarse.—Está bien Silva preséntate a tu comandante en jefe. Mira, te recuerdo que el Presidente perdió el control del país y ya se va.Las palabras pronunciadas por Efraín Vásquez Velasco no perturbaron la posición de Silva, quien salió de la cueva de leones hambrientos de poder para ponerse a la orden de García Carneiro, su jefe inmediato.Las cartas estaban echadas cuando García Carneiro mandó a alertar a los comandantes para concentrarlos frente al Batallón Bolívar. Al salir los tanques algunos oficiales pasaban en carro para observar y ofrecer reportes sobre los avances de la acción golpista. Otros se estaban concentrando en la Dirección de Educación del Ejército. El frente de Fuerte Tiuna poco a poco se fue congestionando de vehículos y gandolas.Estaban inundando el área militar con el tráfico que venía de Valencia por la alcabala que da a Tazón. A esa altura, donde está la entrada de la universidad, entrando al fuerte, cerraron la autopista y empezaron a meter todo el tráfico por dentro de Fuerte Tiuna para que los tanques no pudieran salir.El general del ejército Luis Castillo Castro, cuñado de Luis Miquelena, y el director de la Escuela de Operaciones Sicológicas del Ejército, se acercaron a García Carneiro y Silva en actitud sospechosa. Pretendían detenerlos.“Agarré mi pistola de reglamento y le dije que si se les ocurría detenerme les daba un tiro”, relata el general en jefe García Carneiro el rememorar la escena.La frase, que salió como un trueno de su garganta, los persuadió.Silva y Carneiro se separaron rápidamente y se montaron en sus carros. Salieron fuera del fuerte por la alcabala 3, que va hacia Los Teques. Un comandante de la Policía Militar y el segundo comandante de la brigada que estaban cuadrados con el movimiento subversivo, detuvieron a Silva. García Carneiro pasó por un lado con el general Montilla Pantoja y logró burlar a los centinelas.El celular de Silva repicó en medio del marasmo de hechos que desde temprano comenzaron a sacudir al país. Eran pasadas las 7:00 de la noche del 11 de abril y del otro lado se colaba la voz del Presidente salpicada por el remolino de acontecimientos que amenazaban su permanencia en Miraflores y su vida.—¡Hijo cuidado con lo que va a hacer!, piense en Brígida, piense en los muchachos y entréguese que vendrán tiempos mejores.Tras escuchar atento la petición de su comandante en jefe, Silva le dijo que se tranquilizara que él se entregaría.Minutos después, el segundo comandante del Ejército se apareció con el ministro de infraestructura para ese momento, Eliécer Hurtado Sucre; el presidente de la Unefa, general de división Vásquez Rojas y un general de brigada llamado Rivas Araujo. Silva fue trasladado al quinto piso de la comandancia general de Ejército. Eran alrededor de las 10:00 de la noche y un ambiente de algarabía alborotaba la estructura asentada en el corazón del imponente complejo militar Fuerte Tiuna.Con pose de emperador, Pedro Carmona Estanga, de diminuta estatura, facciones rechonchas y escasa cabellera, estaba sentado en la lustrosa mesa de madera del comandante del Ejército, apenas un día antes de autoproclamarse presidente de Venezuela.Desde la tarde del mismo 11 de abril Carmona Estanga ingresó a Fuerte Tiuna ayudado por González González y el resto de los generales golpitas. Desde la silla del comandante general del Ejército se decidió que él sería el presidente de la forzada transición.Había oficiales de los cuatros componentes y coroneles que se le acercaban a Carmona para solicitarle su ascenso a generales. Se presentó una discusión entre un grupo de generales que decía que a Chávez había que matarlo, otro que estaba de acuerdo que lo llevaran para Cuba y otro sector que votaba por dejarlo preso en Venezuela para juzgarlo.CelebraciónEmpezaron a salir botellas de whisky para celebrar. Se abrazaban y decían ‘compadre por fin se dio lo que habíamos planificado desde hacía un año’. También estaban los agregados militares de México, Estados Unidos y Ecuador, países que estaban presididos por los derechistas Vicente Fox, George W. Bush y Gustavo Noboa, respectivamente.García Carneiro, Montilla Pantoja y el director de la Disip, Carlos Aguilera Borjas, fueron los últimos en entregarse. Todos estaban vigilados por cuatro soldados.En medio del festín los generales se fueron para un lado, Carmona terminó una entrevista que ofrecía a los medios y los custodios de García Carneiro, Montilla Pantoja, Silva y Aguilera Borjas se confundieron entre la euforia y bajaron la guardia. “Cónchale mi general nos dejaron solos”, exclamó Aguilera Borjas.“Entonces abrimos la puerta y salimos. Los soldados y oficiales que nos encontramos cuando bajamos nos saludaban como de costumbre”, describe Silva.Una vez fuera , los cuatro hombres empezaron una estrategia para contrarrestar la asonada golpista. El general García Carneiro era uno de los bastiones en Caracas, mientras que en la 42 Brigada de Infantería de Paracaidistas de Maracay, el general Raúl Isaías Baduel, fue clave para la restitución del orden constitucional.“En la mañana del 12 de abril volví al Fuerte. Nos dedicamos a hablar con los comandantes para que pensaran lo que iban a hacer. Le dijimos que el Presidente no había renunciado y que tenían que exigir el documento de renuncia. Ese día empezaron a pedir ver el documento”.Vásquez Velasco—narró García Carneiro— invitó a los comandantes a una reunión el 13 de abril a la 1:00 de la tarde en el Batallón Ayala. Eran cerca de 44 comandantes los convocados. Llegué una hora antes. Veía a los comandantes golpistas tratando de convencer a los demás de aceptar a Carmona”.Yo expresé mi punto de vista a los comandantes —relató García Carneiro—. “Se llegó a la conclusión de hacer un documento donde ellos reconocían la Constitución, pero seguían con la idea de apoyar a Carmona. Vasquez Velasco me entregó el documento y taché todo lo que me parecía ilegítimo. Luego lo obligamos a leerlo. Una de las ventajas era que los golpistas no sabían cómo había quedado redactado”.Las aguas no estaban calmadas, pero se acercaba un descenlace. “Luego nos fuimos a la alcabala 3 para anunciarle al pueblo que tanto yo como el grupo de oficiales que me acompañaban estábamos dispuestos a mantener nuestra posición. Les dije que había otras guarniciones apoyando”.Ése fue el principio del fin de una conspiración urdida desde los cuarteles y las televisoras. El gobierno de facto de Carmona iba de paso. La noche del 13 de abril el reloj marcaba ya día y medio desde que el Presidente Chávez había sido sacado de Miraflores. El pueblo y la FAN se encargaron unidos de rescatar el hilo constitucional. La democracia había triunfado.

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