Como es bien sabido, es doctrina geopolítica angloamericana la disposición tenaz y sistemática, aunque a veces disimulada, de un cerco diplomático, político y militar alrededor de Rusia y China. Basta echar un vistazo a textos elementales como el famoso “Gran Tablero Mundial, la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos”, de Brzezinski, o tener presente las opiniones manifestadas y las acciones emprendidas por los funcionarios que han dominado la toma de decisiones en los círculos del poder en Washington en las últimas décadas, para no tener dudas de que el juego geopolítico que se sigue jugando en Asia es el mismo “Gran Juego” que practicara el Imperio Británico desde el siglo XIX, de acuerdo con la geopolítica clásica, y que debía conducir a la conquista del llamado Corazón de la Tierra (el heartland euroasiático). Se trata de un gigantesco tesoro de recursos naturales, mineros, petroleros y gasíferos que garantizarían a sus dueños el dominio del mundo por mil años. Y es este el contexto general que debe guiarnos para entender a profundidad la naturaleza del conflicto que hoy enfrenta en el Cáucaso a Rusia con los Estados Unidos y la devaluada OTAN.
La caída de la Unión Soviética fue la oportunidad de oro para que los angloamericanos concretaran su designio de destruir el poder nacional de Rusia (el poder más temido por Mc Kinder, uno de los padres ingleses de la geopolítica) para poder entonces avanzar sin oposición hacia la toma del corazón euroasiático. Pero la ascensión al poder de Vladimir Putin significó una brusca detención de estos alegres planes. Putin procedió a devolver a la nación rusa la posesión plena de su petróleo y su gas, que habían sido apropiados por un grupo de oligarcas extranjeros en complicidad con funcionarios traidores. El gobierno de Putin se esforzó también por recuperar el acendrado espíritu patriótico y la dignidad nacional del pueblo ruso, mejorando notablemente la situación económica y fortaleciendo sus avanzadas industrias aeronáuticas y militares. Rusia sigue siendo una importante potencia militar y posee capacidad nuclear, pero también se muestra decidida, con ayuda de la importante carta estratégica que supone su petróleo y su gas, a jugar el papel político que le corresponde históricamente en un mundo que tiende rápidamente a abandonar el esquema unipolar que trató de imponer sin éxito Estados Unidos, y a concretar un equilibrio definitivamente multipolar.
Para detener la feroz embestida de Estados Unidos y la OTAN, Rusia lanza ahora una señal inequívoca de ¡hasta aquí! al impedir que se concrete la insensata aventura del gobierno de Georgia por conquistar a sangre y fuego el territorio de la provincia rebelde de Osetia del Sur, pensando erróneamente que Estados Unidos y la OTAN iban a acudir en su ayuda en caso de apuro. Tal vez Georgia fue instigada para ello en el entendido de que una ocupación militar de Osetia del Sur contribuiría de alguna forma a ablandar la oposición de Rusia a la planeada agresión militar israelí-estadounidense a Irán. En el Times de Londres del 8 de agosto pudo leerse que la fuente de inteligencia militar Debka reportó que había israelíes en Georgia funcionando como consejeros (“israelis are on the ground as 'advisors'”). Estamos hablando de regiones geográficas muy próximas al norte de Irán.
Después de la borrachera de la era Clinton, en la que los Estados Unidos y la OTAN hicieron y deshicieron en la antigua Yugoslavia, destruyendo y bombardeando países en la sensible periferia rusa, prácticamente sin la oposición de nadie, vino entonces el fin de fiesta con las derrotas y empantanamientos sucesivos en Irak (donde combaten soldados georgianos), Afganistán y el Líbano, las cuales mostraron al mundo las limitaciones del poder militar angloamericano y aliviaron la difícil situación geopolítica de Rusia. Tal fue el momento que aprovechó Putin –seguido ahora por Medvedev- para obrar la resurrección de su patria, con la ayuda decisiva del arma estratégica de sus recursos energéticos pero también con su inteligente diplomacia que lo ha llevado a coordinar acciones con otros importantes líderes mundiales. Un buen ejemplo es la conformación -junto a China y la India- de la cada vez más relevante Organización de Cooperación de Shangai, así como la convergencia con las políticas petroleras de la OPEP y la asociación estratégica con la Venezuela Bolivariana.
Las potencias noratlánticas lanzaron entonces una nueva ofensiva sobre Rusia al anunciar el despliegue de los llamados escudos antimisilísticos en países como Polonia y la República Checa, y sobre todo al alentar descaradamente la independencia de Kosovo, un territorio en el que los Estados Unidos tiene enclavada una gigantesca base militar. Pero ahora el torpe movimiento militar del presidente georgiano Sakachvili, al invadir a Osetia del Sur, pone en bandeja de plata la oportunidad a Rusia para que no solamente detenga firmemente la ofensiva militar de la OTAN en el Cáucaso, sino para que Rusia pase a la contraofensiva y tome medidas contundentes para evitar que tal situación pueda repetirse en el futuro. En contraste con sus fracasos en Venezuela, Bielorrusia y Bolivia, es bien sabido que Estados Unidos- por medio de sus famosas revoluciones de colores, verdaderos reality shows impulsados con sus ya gastados instrumentos de la NED, la USAID y la Fundación Soros- logró instalar en el poder en Georgia y Ucrania a gobiernos pro-OTAN con la intención de hostigar a Rusia. Georgia incrementó entonces enormemente su presupuesto militar y recibió asistencia militar estadounidense y equipos bélicos de Ucrania. Es por ello que ahora resulta muy difícil pensar que Rusia se va a limitar simplemente a expulsar a los georgianos de Osetia del Sur. Ya Putin ha advertido que la guerra ha empezado “y no va a terminar fácilmente”. Muy razonablemente, Rusia va a empezar por destruir ante todo la capacidad militar ofensiva de Georgia y luego procederá a tomar las medidas que conduzcan a evitar para siempre la repetición de la aventura. Ya han salido las potencias noratlánticas a exigir con desespero un cese del fuego. Pero muy insensata se mostraría Rusia si no toma medidas definitivas para suprimir la amenaza que supone el emplazamiento de la OTAN en Georgia. Estas medidas pudieran incluir por lo pronto la ocupación del país (60 mil Km cuadrados y 5 millones de habitantes) y el fin del régimen de Sakachvili.
Otra consecuencia importante de esta invasión de Georgia a Osetia es la profundización de la fractura atlántica y de la crisis de la OTAN en Europa, ya que ciertos gobiernos del continente no parecen aprobar estos insensatos movimientos militares en Asia, como jamás han terminado de aprobar la incorporación de Georgia a la OTAN. Pero tal vez la mayor preocupación de Europa en cuanto a este grave incidente sea el abastecimiento seguro de petróleo y gas procedente del Cáucaso. Las operaciones militares en curso pudieran afectar el funcionamiento del oleoducto que trae una buena cantidad de petróleo desde Baku, la capital de Azrbaiyán en el mar Caspio, hasta el Mediterráneo, pasando por Tiflis, la capital de Georgia, y llegando a un puerto turco.
Osetia del Sur (4 mil Km cuadrados y 60 mil habitantes) se declaró independiente mediante un abrumador referéndum hace 7 años, pero a diferencia de Kosovo su independencia no ha sido reconocida por ningún otro país salvo Abjasia, la otra provincia rebelde de Georgia que también se declaró independiente y que ha iniciado ahora -en forma muy oportuna- importantes operaciones militares para garantizar su seguridad frente a Georgia. La invasión a Osetia del Sur pudiera ser comparada a una imaginaria invasión Serbia a Kosovo ¿Cuál sería la reacción de las potencias noratlánticas (Estados Unidos e Inglaterra) que impusieron al mundo la independencia artificial de esta provincia serbia?
Por cierto, el anunciado envío de tropas colombianas, bajo mando español, a Afganistán, ha vuelto a avivar el deseo de las facciones más proimperiales y antilatinoamericanas del gobierno y la oligarquía de Colombia, dirigidas hoy por Juan Manuel Santos (quien va derechito a enterrarse con el agonizante Bush) por concretar, por inaudito que parezca, su antigua aspiración de ingresar a la OTAN. Se impondría entonces, por parte de los países que integran la nación latinoamericana, prevenir, denunciar e impedir esta auténtica locura (tan provocadora como la presencia de la IV Flota) en todos los foros en los que es posible elevar una voz unida, pero sobre todo desde el flamante Consejo Suramericano de Defensa.
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