Miel y Salmuera
Ana Cristina Chávez *
Los seres humanos nos realizamos en la convivencia con otros, que son
nuestros iguales, por lo tanto, la manera de ver las relaciones sociales, políticas, económicas,
culturales y espirituales, debe corresponderse con esta
filosofía de vida, en la cual la comunicación juega un papel fundamental en el
proceso de interacción y en la consecución de acuerdos que permitan definir las
acciones a emprender.
En Venezuela, a la luz del nuevo milenio, iniciamos un proceso de
transformación sustentado en el cambio de conciencia hacia una sociedad
socialista, por lo que el Plan Nacional Simón Bolívar 2007-2013 y el Plan
para la Gestión Bolivariana Socialista 2013-2019 propician la comunicación dialógica, participativa,
horizontal y democrática como la manera más idónea para
alcanzar la sociedad igualitaria e incluyente que queremos.
Y es precisamente en este tipo
de comunicación, donde el ser humano organizado como Poder Popular, es el
protagonista de su propia transformación y la de la sociedad en general, fomentándose la conciencia del pueblo
comunicador y la necesidad de contar con unos medios de comunicación al
servicio y en manos de los colectivos comunitarios; esto con la finalidad de que se mantengan informados e informen sobre la
realidad que viven, pues la información brinda conocimiento y un pueblo que
conoce, es un pueblo capaz de tomar la mejor decisión.
Pero para que esto ocurra, es imprescindible
que el Estado garantice un amplio grado de autonomía a las organizaciones
sociales, delegando en ellas responsabilidades en lo concerniente a la gestión
de gobierno, promoviendo su participación activa y la generación de propuestas
viables que brinden soluciones a los problemas que las afectan, lo que implica
la verdadera democratización de la labor gubernamental. Democratización que
pasa también por la democratización de los medios y herramientas
comunicacionales, es decir, la construcción de unos medios de comunicación que
huelan a pueblo, que se vistan y hablen como el pueblo, cuyo mensaje responda a
los intereses, motivaciones y necesidades del poder popular, hecho por, desde y
para el pueblo.
Sólo así podremos enfrentarnos al monopolio
mediático de los empresarios de la comunicación, quienes trabajan en función de
los intereses políticos y económicos de los grupos de poder del país, títeres de los centros de poder
transnacionales e imperialistas de los Estados Unidos, que se han encargado de
inocularnos a través de las pantallas de televisión, de sus campañas
publicitarias, películas de Hollywood y la manipulación de los grandes medios
impresos, el gen del individualismo, el consumismo y el mercantilismo, con
orejitas de Mickey incluidas.
Como es bien sabido, los medios de
comunicación pueden convertirse en verdadero escenario para la educación, la
reflexión, la discusión y la libertad de expresión de los pueblos, siempre y
cuando se pongan al servicio de los colectivos comunitarios y abran los
espacios para que ellos se constituyan en el foco central del hecho
comunicacional. Sin embargo, la historia contemporánea nos muestra que en
realidad nuestros medios privados son la antítesis de un medio democrático al
servicio del bienestar de la nación. Basta recordar los acontecimientos del
2002 en Venezuela, cuando con la mayor desfachatez se sumaron a un paro
“cívico” y se convirtieron en los mayores cómplices de un golpe de estado que
derrocó al Presidente Hugo Chávez por varias horas.
Medios de larga tradición familiar como El
Nacional, El Universal y Radio Caracas Televisión se transformaron en
organizaciones políticas opositoras al gobierno revolucionario, que lejos de
cumplir con su tarea de informar a la población, se dedicaron a manipular la
realidad y a desinformar a sus lectores y usuarios, generando matrices de
opinión negativas sobre el gobierno chavista. A estos medios se sumó un canal
de gran impacto entre los televidentes como lo es Globovisión, junto con los
diarios Tal Cual y El Nuevo País, propiedad de lo más rancio de la derecha
venezolana (Alberto Federico Ravell, Teodoro Petkoff y Rafael Poleo,
respectivamente).
Las imágenes proyectadas desde
el Puente Llaguno el 11 de abril de 2002, la autoproclamación de Carmona
Estanga como presidente de la República, acompañada de su nefasto decreto al
mejor estilo fascista, son harto conocidas, al igual que el programa de
Napoleón Bravo transmitido la mañana del 12 de abril en el que en compañía de
sus invitados se vanagloriaba del triunfo obtenido; escenas que nunca debieron
verse, mientras se invisibilizaba el clamor del pueblo de Venezuela a favor del
regreso de su presidente legítimo.
Para que esta historia no vuelva a
repetirse, necesitamos que los colectivos y organizaciones comunitarias
representadas por los consejos comunales y las comunas –entre otros- se
empoderen de los medios de comunicación y ejerzan la función del pueblo comunicador
en democracia. Por ello, el Estado ha sentado las bases jurídicas y legales que
garantizan el derecho a la libre expresión y a la información veraz y oportuna
del pueblo soberano. Nos urge una comunicación entre iguales, donde nos reconozcamos en
nuestras diferencias pero también en nuestras coincidencias, con la que podamos
alcanzar consensos y conciliar los desacuerdos, que nos permita liberar lo
mejor de nuestro espíritu y no seguir convirtiéndonos como lo hemos sido hasta
ahora, en esclavos de nosotros mismos y de lo que nos vende la publicidad.
Queremos una comunicación solidaria que piense en colectivo y construya patria,
una comunicación que comunique y no sólo que informe, que dialogue y no que
imponga, que edifique y no que destruya: una verdadera comunicación popular que
trabaje por un país más democrático.
* Periodista y Docente Universitaria.
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